Archive for mayo, 2010

Las tecnologías del crimen organizado y la extorsión (TCOE o NTCOE para Nuevas Tecnologías del Crimen Organizado y la Extorsión o CT para “crime technology”) vienen a agrupar todos los recursos, materiales y técnicas utilizados de forma sistemática por grupos y colectivos organizados en el diseño, tratamiento y desarrollo de actos delictivos o criminales de cierta gravedad, en la literatura especializada se suele hacer referencia a: asesinatos, extorsiones, secuestros, atropellos, magnicidios, fratricidios, parricidios, delitos, maldades, infracciones, transgresiones, fechorías, injusticias y, por supuesto, homicidios.

 Las TCOE en sí mismas no constituyen ni la panacea ni la solución inmediata a cualquier plan o previsión de acto delictivo, pero sí es cierto que facilitan la consecución de objetivos criminales desde la perspectiva de la eficacia y la eficiencia. Es a través de las TCOE que podemos observar con optimismo la consecución de las Competencias Estratégicas del Criminal Organizado del Milenio establecidas en el XIX Simposium de la Sociedad Internacional de Estudios Avanzados del Crimen y muy especialmente en lo que hace referencia a “Maldad a lo largo de la vida”. (Vittorio Santomazzio Lugartelli, Secretario General de la Organización Mundial del Crimen. Discurso Inaugural del XIX Simposium de la SIEAC. Montelussa. Italia. 2008)

 La utilización de las TCOE entre los sicarios de una organización criminal ayuda a disminuir la brecha formativa existente entre los miembros de dicha organización que pueden provenir de orígenes socioculturales y geográficos diferentes.

 Según el célebre capo mafioso y pionero indiscutible en la construcción de un modelo teórico fundamentado de las TCOE, Giovanni Fabretta Collonnini, deberíamos considerar las TCOE como un concepto dinámico y sujeto a los cambios y variaciones que impone el desarrollo tecnológico-estratégico en un mundo cambiante y globalizado del delito. Fabretta no sólo hace referencia a la evolución de los instrumentos y materiales, sino también al dominio progresivo que han ido adquiriendo las grandes multinacionales del crimen y los problemas que ello está generando en la supervivencia de las pequeñas y medianas “famiglias” y bandas criminales locales. En ese sentido, Donatto Wilfredo “Mandolina”, líder del movimiento de los pequeños y medianos homicidas, señala la intromisión de las grandes corporaciones del crimen en las problemáticas locales, con la consiguiente pérdida progresiva de la libertad individual para delinquir y ganarse la vida con ello.

Este intrusismo derivado de la globalización del crimen no para de crecer y de extenderse, con el riesgo de acentuar la llamada Brecha Criminal, estableciendo, si cabe, mayores distancias entre delincuentes locales “de toda la vida” y delincuentes “con titulación internacional”. Al final, a un consumidor medio, le cuesta más un homicidio por degüello con la cuerda de una mandolina –especialidad del autor- que el llevado a cabo por un asesino con un diploma en anatomía y realizado con un hilo casi microscópico de titanio iridiado y a eso no hay derecho (pg. 128). Donatto Wilfredo “Mandolina”: Desmitificando las TCOE: delincuencia y resistencia. En Journal of Crime Studies. Vol. 2, nº 4: 112-131.

 En la actualidad, las investigaciones y desarrollos teóricos ulteriores del modelo inicial de Fabretta, han derivado en un potente corpus teórico y en un interesante debate de corte epistemológico sobre el valor de las TCOE en la sociedades criminales actuales. Sólo destacar, entre otros, el grupo de filósofos italoamericanos de la delincuencia denominado “el Círculo de Moriarty”, de entre cuyas filas destaca Frank Cossimo quien fue galardonado el año pasado con el codiciado premio “Corleone” por su ensayo titulado:  Etica del canalla: más allá de la violencia gratuita (de próxima aparición por la Editorial “Crimen sin Castigo”). En cuanto al ámbito de la investigación aplicada cabe destacar la línea desarrollada por el grupo “A sangre fría” que hace dos años dio lugar a la conocida revista trimestral “A review of research and development of Crime and Violence”. En la actualidad es de destacar la influencia creciente de la tecnología japonesa en las TCOE a través de las publicaciones y seminarios del Centro Superior de Formación de Yakuzas.

 Por último, nuestro país, como en otros tantos campos del desarrollo científico, no se encuentra precisamente a la vanguardia de las TCOE, constituyéndose el mundo criminal en una especie de simbiosis dialéctica donde, en ocasiones, no es fácil diferenciar el crimen organizado de la acción política. Aun así, sería injusto no citar, al menos a: José Antonio Rodríguez Vega, «El Mataviejas»; a Manuel Delgado Villegas, conocido como «El Arropiero»; a Francisco García Escalero, «El Mendigo Asesino» ;  a Gilbert Chamba Jaramillo, «El Monstruo de Machala» o a chapuceros que, al contrario de los señalados anteriormente, no pueden ser identificados como serial killers sino más bien como serial badmades (malhechores en serie), tal como el bigotes, el trajes, el tontoelculo, etc… 

Al repasar los apuntes recogidos, a lo largo de varias décadas, con los que, en ocasiones, he tratado de ilustrar las dotes extraordinarias de mi amigo el señor Sherlock Holmes, me encuentro con que son tantos los casos que presentan características extrañas y sorprendentes que me resulta difícil elegir cuáles exponer al juicio de mis lectores y cuáles no. Hay algunos que ya consiguieron suficiente publicidad en los periódicos y hay otros que un mínimo de delicadeza –y, por supuesto, el honor propio de quien trata con caballeros- obliga a un secreto total, tal es el caso, por ejemplo, de los Crímenes de la Biblioteca Reglá, protagonizada por la Sociedad de Profesores Jubilados y de la que he jurado no dar cuenta hasta que hayan fallecido todos sus protagonistas… o, al menos, hayan perdido sus influencias. En la carpeta correspondiente al año 87 me encuentro con una larga serie de casos de mayor o menor interés en los que mi amigo puso en juego sus extraordinarias habilidades. Entre ellos, por ejemplo, los papeles que hacen referencia a los hechos relacionados con la sustracción del Aula Virtual de la University y que, el público recordará, apareció en perfectas condiciones de uso, a los pocos días, y gracias a las dotes deductivas de mi amigo, en un servidor de una empresa de ventas por correspondencia; también me encuentro con el caso de las extraña aventura del Caso de la Igualdad de Género, donde Holmes se superó en su habilidad camaleónica en su utilización del disfraz, y finalmente, con el del envenenamiento ocurrido en Phisosophia’s CanteenM;  se recordará que en este último caso consiguió Sherlock Holmes demostrar que el muerto, el Decano del Centro, Sir Hubbert Alistair, había dado cuenta de un plato de black rice hecho con tinta Caran d’ache, a todas luces la más letal de todas las tintas, al menos de color negro. Quizás desarrolle, más adelante, los bocetos de estos y otros sucesos, pero lo cierto es que ninguno de ellos presenta características tan sorprendentes y de un final tan extraordinario como las del extraño encadenamiento de circunstancias para cuya descripción me he decidido a sentarme y ponerme a escribir. 

Esto ocurrió algo después de que mi amigo recuperase la salud después de la tensión a la que se vio sometido como consecuencia de la frenética actividad a la que estuvo entregado durante la primavera del 87. Todo el asunto de la Giurtell  Company y los proyectos no por malvados menos colosales del baronet Countri’s están aún hoy muy frescos en la memoria del público, y se hallan relacionados estrechamente con el mundo de la política autonómica y del caso denominado MTIR (“my taylor is reach”), no siendo por ello temas adecuados para la serie de historias con los que mis lectores tienen la amabilidad de explayarse. Sin embargo, ese affaire condujo, aunque de manera indirecta y caprichosa a una  situación, por lo demás extraña y compleja que si bien, no dio a mi amigo la oportunidad de demostrar la habitual eficacia y eficiencia de su mente analítica en la batalla de toda su vida contra el crimen, a mí sí me dio la oportunidad de crear a uno de los héroes más grandes que la Gran Bretaña ha dado al mundo.

 Nos encontrábamos en los últimos días de septiembre y las tormentas equinocciales se habían echado encima con una violencia excepcional. Se encontraba Holmes sentado en su sillón favorito, vestido con su batín y pasando melancólicamente el arco por las cuerdas de su violín. Si exceptuamos que, de cuando en cuando, se atiborraba de cocaína, en realidad Holmes no tenía más vicios que el consumir una pipa tras otra de un tabaco con un aroma que podía fácilmente confundirse con el olor a putrefacción o  imitar con su violín la agonía de una familia (numerosa) de gatos, y si caía en esos vicios no era sino como remedio a la monotonía de su existencia cuando escaseaban los asuntos sometidos a su condición detectivesca o los periódicos eran incapaces de suscitar su interés.

 Hubo un momento en el que el ulular del viento y de la tempestad del exterior pareció fundirse con la música (¿he escrito música?) del violín de Holmes hasta darme la impresión que Baker Street se había convertido en una inmensa pizarra escolar arañada por las sucias e irregulares uñas de un gigante.

– ¡Hola! –dijo Holmes alzando la vista y disponiéndose a guardar el violín- veo que ha comenzado a escribir unos de sus chocantes relatos, Watson.

–   ¿Chocantes?…

–    Por supuesto, querido amigo… no dejan de ser unos esbozos chocantes y primarios de episodios para cuya resolución sólo fue necesaria la aplicación de una lógica deductiva al alcance de cualquiera que haya entrenado su cerebro para identificar lo obvio – dijo en una especie de cloqueo que pretendía ser una risa.

 En esos momentos y escuchando a Holmes, mi buen amigo y compañero, mi mayor placer hubiera sido el introducirle, sin prisas pero sin pausas, la plumilla por un ojo y quizás atravesar su cerebro y comprobar si también estaba entrenado para funcionar con una pluma en su interior… aunque también es cierto que, en ocasiones, me sorprendía a mí mismo imaginando cómo le rompía  el violín en los morros y, de paso, con un poco de habilidad, le hacía  tragar su magnífica pipa de espuma.

 –    Holmes, sólo trato de dar a conocer algunos de sus casos que, como sabe, tanto éxito tienen en el Strand.

–    ¡Ah!, querido amigo… de eso precisamente quería hablarle… del canon que me corresponde como protagonista de las historias que usted luego transcribe bajo un formato…  si no chocante, coincidirá conmigo que populachero.

–    ¿Canon?… – esta situación era alucinante, toda la tarde con el maldito violín y en el momento que se me ocurre ponerme a escribir, el grandísimo plasta de Holmes me viene con una cháchara absurda sobre un canon que supuestamente le corresponde.

–   Por supuesto, Watson… y al hablar de canon no me refiero en absoluto a la composición de contrapunto en que sucesivamente van entrando las voces, repitiendo o imitando cada una el canto de la que le antecede. Me refiero a la prestación pecuniaria por explotar mis derechos de héroe… ¿acaso no conoce el caso de Little Ramón contra la piratería de sus melodías en los music-halls? –en este punto mi querido y gilipollas amigo se detuvo a encender de nuevo su pipa maloliente, sin darme tiempo a reaccionar, pues cuando me disponía a hacerlo me envió una bocanada de humo que además de dejarme medio ciego daba ganas de vomitar- pues siguiendo su ejemplo, algunos colegas nos hemos unido en la Sociedad General de Detectives Deductivos y a propuesta del amigo Moinseur Poirot…

–   ¡Pero Holmes… si usted odia a los franceses…!

–    Y continúo odiándolos… pero Poirot es belga y coincidirá conmigo en que eso cambia las cosas… en todo caso, le decía que a propuesta de Hércules…

–      ¿Hércules?… -¿qué diablos tenía que ver la mitología griega en esta historia?

–     Hércules Poirot, por supuesto… -en pocas ocasiones había visto a Holmes referirse a alguien que no fuera un rufián por su nombre de pila… sin ir más lejos, a mí jamás me había llamado James. No puedo por menos que confesar que sentí una punzada de celos de aquel advenedizo que había conseguido suscitar  la amistad de mi compañero de piso y de aventuras… sería belga, pero hablaba como un franchute… en todo caso ¿cuál es la diferencia entre un francés y un belga?

–    A propuesta de Hércules Poirot, los componentes de la Sociedad General de Detectives Deductivos hemos decidido gravar con un canon las ganancias derivadas de la transcripción, sea cual sea su formato, de nuestras aventuras –Holmes, en este punto y esperando mi reacción, compuso una de sus amplias sonrisas de suficiencia.

 Quizás en aquel momento y ante aquella sonrisa puede darme cuenta que mi amigo el señor Sherlock Holmes era un mierda como la copa de un pino. Años y años aguantando su suficiencia, su pedantería y sus aires de superioridad… años y años aguantando su maldito violín, su miserable pipa, sus execrables experimentos… y lo peor de todo… años y años con el corazón en un puño mientras la señora Hudson y yo le ocultábamos nuestra relación tormentosa, aprovechando los escasos momentos en los que salía del apartamento. En ese momento tomé una decisión: se acabó Sherlock Holmes… más claro y preciso si cabe: a tomar por culo Sherlock Holmes.

 –    Lo siento, amigo –le contesté a Holmes, que continuaba sonriendo- pero lo cierto es que no pensaba escribir ninguna de sus… ¿cómo las ha definido?… chocantes, eso es, chocantes aventuras.

–    ¡Hola, Watson! –dijo Holmes- ¿pretende engañarme?… usted se ha sentado a la mesa después de trastear entre viejos apuntes de antiguos casos… ha afilado el plumín de su pluma predilecta y ha alcanzado un bloque de folios en blanco de los de grano grueso… ¿conclusión? Se dispone a comenzar con uno de esos casos en los que yo mismo he de enfrentarme a la maldad del doctor Moriarty a través de la ciencia de la observación y la deducción.

–     ¡Pues NO!, Holmes… se ha «colao»… –seguramente era la primera ocasión en la que veía a Holmes con su sonrisa convertida en un rictus de sorpresa

–    ¿Cómo que me he colado?… ¿qué insinúa, Watson?

–    Es cierto que me dispongo a escribir una aventura para el Strand… pero no es sobre usted, querido amigo, y  puede decirle a Hércules Poirot y a su Sociedad General de Detectives Deductivos que no pienso pagar ni un penique, ya que el héroe de mi historia no pertenece, ni pertenecerá jamás, a esa sociedad de mamomes estirados y de solteronas metomentodo con zapatones -sinceramente, no creo que si le hubiera estampado el violín contra los morros hubiera conseguido una expresión se sorpresa mayor de la que en aquel momento evidenciaba mi querido amigo y compañero.

–     ¿Y quién es él? –logró balbucear.

Se me ocurrió en ese momento… y además, su nombre de pila sería igual que el mío.

–   Su nombre es Bond… James Bond.

La Cosa Nostra Diuniversitati es como se denomina la organización secreta de los investigadores de Humanidades y Educación en el ámbito de las instituciones de Enseñanza Superior.  

 En 1927 el profesor de Filosofía Aletárgica, Ruperti Cossentino y la profesora de Teoría de la Utilización del Crampón en el Medievo, dottora Marietta Terralonga, organizaron bajo su liderazgo un pequeño grupo de profesores de la sección de Humanidades y Educación de la Universidad de Lissardi-Donabona, con el objetivo conseguir “por todos los medios” (sic) un reparto más justo y equilibrado de los fondos de investigación que, hasta ese momento, estaban, en su totalidad, en manos de los grandes terratenientes de la investigación más positivista, cientifista y experimental de la universidad.

 Inicialmente Cossentino y Terralonga comenzaron su andadura con un pequeño grupo de docentes pero,  a pesar de tratarse de una organización secreta, poco a poco sus filas fueron engrosándose de más y más personal docente e investigador popularizándose, para la organización, el nombre de Cosa Nostra Diuniversitati.

 En dicha organización,  la investigación en cada área de conocimiento, título de grado y hasta campus, es coordinada por una «Familia Investigadora», también llamada “Famiglia” en la cual hay una división de tareas, desde becarios (soldati) pasando por investigadores titulados (caporales), investigadores-coordinadores (capotones), expertos en metodología (consiglieri) hasta llegar al más alto nivel que es posible alcanzar en un grupo de investigación,  Il Padrino Investigatore, que es nombrado  por la comisión Central de la Cosa Nostra Diuniversitati, formada por el resto de Padrinos de las diferentes famiglias del ámbito de las humanidades y educación.

El Capi di tutti Capi, es el mayor rango al que se puede aspirar en Cosa Nostra Diuniversitate. Se trata del jefe de una famiglia que, por pertenecer a un área de conocimiento influyente o quizás por haber liquidado a los otros jefes de las demás familias, se ha convertido en el más poderoso miembro de la Cosa Nostra Diuniversitate.  Quizás el más conocido Capi di tutti Capi en la Academia sea Al Cossotto, al que todavía se le recuerda por su supuesta autoría de la llamada “masacre académica del día de San Valentín”.

La masacre académica de San Valentín fue un linchamiento conceptual a sueldo ordenado por Al Cossotto (en aquel entonces director de la Facultad de Formación de Educadores, Profesores y Maestros de Peruggia-Monteolivencia) contra seis miembros de un equipo de investigación (ver foto 1) de la Facultad de Física en Portoacciago el día de San Valentín (14 de febrero) de 1929.

 Profesores y profesoras del grupo de investigación de Física que fueron atacados el día de San Valentín.

Los hechos ocurrieron en un acto académico organizado a efectos de exponer los hallazgos de las últimas investigaciones del equipo de la Facultad de Física. Al finalizar su exposición, los gánsteres a sueldo de Cossotto, todos ellos profesores de filosofía, infiltrados en la reunión y disfrazados con batas blancas, calculadoras, papel cuadriculado y reglas de cálculo, pidieron la palabra para intervenir.

Así, comenzaron a plantear preguntas de origen filosófico y carácter trascendente ante las que los miembros del grupo de investigación de Física  no pudieron oponer  resistencia. Los pocos investigadores que sobrevivieron a la primera ráfaga de preguntas fueron anulados cuando se les preguntó a sangre fría sobre el papel de la ética en una sociedad globalizada desde el paradigma del aprendizaje a lo largo de toda la vida.

 Aunque los detalles de la masacre aún se discuten, y nadie fue procesado por el linchamiento conceptual, las agresiones son atribuidos a Al Cossotto y su equipo, especialmente Jack ‘Machine Gun’ McGurn y Mary Ann Bugsy Malone, quienes formularon las preguntas más violentamente trascendentes y escatológicas (a la sazón Mary Ann Bugsy Malone, alias Sister of Mercy, había pasado un par de años a la sombra de una celda en un convento carmelitano).  Se cree que al planear la masacre, Cossotto, en realidad, intentaba eliminar a través de preguntas comprometidas  a su rival de Junta de Gobierno, el decano Bugs Moretti Alicorto, conocido tecnólogo y cientifista, pero este llegó tarde al acto por haber ido a cortarse el pelo.